domingo, 24 de noviembre de 2013

Un hombre que dejó de ser uno más del ganado

Gustavo Franco tiene 44 años, se encuentra comprometido hace 25 años con su mujer, con la cual tiene tres hijos. Se recibió en Licenciatura de Sistemas en la Universidad de Belgrano pero su vida dio un giro luego de verse agotado por un ritmo de vida que no lo satisfacía. Decidió conectarse con él, con la naturaleza y con las personas que lo rodean. 


Es un hombre de tez morena y pequeños ojos negros. Estaba descalzo y se sentó en “indiecito” en el Espacio CUCOCO -ubicado en el barrio Saavedra en (CABA)- dispuesto a reflexionar y a charlar conmigo. Tuve el placer de que cuente las transformaciones que transitó en su vida, cómo se vio atravesado por un sistema que contamina y nos contamina y las alternativas que encontró para superar las consecuencias del mismo.

-¿Cómo fue que te abocaste a los trabajos solidarios?
-Porque considero que fui evolucionando. Antes, mi vida era trabajar, trabajar y trabajar y ganar dinero y con eso creía que tenía todo resuelto. Esto fue de los veinte a los treinta años. Época en la que labure un montón, empecé con sobrepeso, veía poco a mis amigos e incluso a mis tres hijos y a mi mujer. Me sentía desconectado, perdido. Después empecé con los cambios y la búsqueda de ese equilibrio que me faltaba. De los treinta a los cuarenta comenzamos con la huerta y me hice ecologista, defensor de los derechos naturales y me fui a otro extremo. Creía que el dinero no servía para nada y así mi economía y la de mi familia se fue a la “mierda”. Un desastre, quise llenar los huecos que tenía mi vida pasada y en un momento me di cuenta que no es ni una cosa ni la otra. Que no está mal tener cosas materiales, uno necesita abrigo también, entre otras cosas. Hoy en día, sigo haciendo trabajos comunitarios, entre estos está la huerta, pero empecé a buscar el equilibrio y todo es distinto. 
No podía ser feliz en mi abundancia sabiendo que otros estaban necesitando ayuda y que yo, como todos, podía ayudarlos.


-¿Cómo lograste ese equilibrio y qué consejos darías para que alguien más lo pueda encontrar?
- Creo que todo empieza por uno. Si yo quiero cambiar el mundo, tengo que empezar por cambiar el mío. Por ejemplo, si yo soy un ambientalista pero voy a un súper mercado estoy, por un lado defendiendo lo agroecológico y natural pero por el otro estoy premiando a las grandes empresas. En algún momento te das cuenta que tenés la vida fragmentada. Que no podes cambiar a nadie más que a vos mismo. Pretendés que el otro cambie cuando uno está dividido, en desequilibrio. Entonces hay que empezar por ser coherente. Eso es fundamental, la coherencia. El decir y el hacer van de la mano. Si vos vas y compras una botella de agua ya está, sos parte del sistema. Hay que tomar conciencia de ello, porque en ese momento algo te está haciendo pensar que tenés derecho a contaminar y no es así. Somos los únicos seres que creamos basura, el resto sólo genera nutrientes. Sos parte del sistema, que es una locomotora a toda velocidad que te lleva por delante y uno si se pone de frente a pararlo…. sabemos cuáles son las consecuencias. Cada uno toma sus caminos y tenemos diferentes tiempos, todos vamos incorporando, si tenemos la inquietud, prácticas más sanas para uno mismo. Yo me puedo ocupar de mí y si me queda tiempo de los demás. Pero nadie se puede ocupar de hacer los cambios y planes del otro. Si cada uno se ocupa de sí mismo, de hacer una vida más sana y más natural, entonces ya está.

- ¿Crees que el sistema en el que vivimos, contribuye con éstos cambios?
-La gente cuestiona lo que cree, como se están educando, las reglas a las que siempre obedecieron o desobedecieron, es decir, qué son las mismas… nosotros nacimos y las reglas ya estaban hechas. Las incorporamos como naturales, son montones de verdades indiscutibles porque simplemente son así. Y la verdad es que lleva mucha energía tratar de ser feliz así, con tanto condicionamiento, con tanta cosa heredada que uno no sabe ni de dónde proviene. En el momento en que haces un autoexamen reaccionas mal porque tocas creencias, traumas, cosas muy profundas de cada uno. Cuando me hice hippie, por ejemplo, me cuestionaron, me atacaron, me pusieron y me ponen a prueba de que si de verdad sos libre viviendo así -equivocados o no-. Si te cortas el pelo, como yo hace poco, te cuestionan todo el tiempo. 
A mí me parece que cuando uno se capacita, hace cursos, carreras, entre otras, está buenísimo. Generamos muchas herramientas, pero se comete el error de que eso nos va a servir para toda la vida. Yo, cuando aprendí a usar la caladora ¡Quería cortar todo! Es hasta encontrar el equilibrio y saber cuándo usarlo y cómo usarlo.


Nos tienen comido el “coco”, somos ganados que consumimos y actuamos como nos dice el resto, sobre todo en la “tele”. Cuando la apagamos, que nos parece terrible, ya está. Ese silencio nos permite cuestionar, reevaluar tu historia y tu vida. Te enojas cuando te das cuenta de la realidad y pensás que podes salvar a todos. Después comprendes que si logramos salvarnos y hacernos cargo de nosotros mismos… ¡Uff! eso sí que es un logro. Sobre todo con los traumas y experiencias que tenemos. Si en esa evaluación nos damos cuenta de que estamos acá y que tenemos un presente mejor, entonces aprendimos algo.

-¿Cómo consideras que uno se puede desprender de un sistema que te condiciona constantemente?
-Si te das cuenta de que cada vez necesitas menos cosas materiales, vas a ser más libre, por lo tanto más feliz y sobre todo con más capacidad de decisión. Adquirir esas cosas implica dinero, el dinero lo tenes si trabajas -y necesitas algo que rinda mucho-. Te condicionas, sin embargo si viviéramos al ritmo de la naturaleza y consumiéramos lo que la naturaleza nos da en cada momento del año probablemente me dé cuenta que los cítricos aparecen en verano cuando tengo que hidratarme, que los arboles florecen cuando necesito sombra, el diente del león aparece cuando estoy mal del hígado. Uno empieza a pensar que es una magia increíble que aparezca éstas cosas cuando lo necesitas.
                         

Tiene una feria de libre intercambio de bienes materiales que realiza, en comunidad, una vez por mes en una plaza. Me contó sobre la cantidad de gente que no puede creer la abundancia que hay y, por lo tanto, consideran que el encuentro tiene alguna trampa, “(…) todo tan bueno y tan abundante que sospechan” dijo Gustavo con ojos sorprendidos. En el parque, tiran un par de mantas donde esparcen los objetos para que las personas tomen lo que necesitan y dejen lo que no. Según la lógica del permacultor: “Cuando no hay nada que defender porque todos es de todos, no hay buenos y malos, no hay chorros ni necesitados. Las reglas que rigen nos convierten en enemigos. Con economía somos distintos.” Ese es el camino que eligió seguir junto a su mujer, donde, a través de su huerta, eventos ecológicos y red solidaria fueron aprendiendo a valorar lo material y dar a los demás sin descuidar lo que es de ellos.

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