En el Jardín Botánico
del Parque Saavedra cada tercer domingo de mes se lleva a cabo la Eco-Feria
educativa, La Tierra Sabe. Un lugar donde todo tipo de prácticas ecológicas y
sustentables se ponen al alcance de cualquier transeúnte de la ciudad con el
objetivo enseñar y compartir sus conocimientos para un mejor cuidado del medio
ambiente.
Todos los días el freno de los colectivos y los motores de
los autos que transitan por las calles 12,
14, 64 y 68 se mezclan con el
canto de los pájaros que viven entre los árboles del Parque Saavedra. Antes
conocido como Paseo del Lago, el espacio verde que hoy conocemos no es el mismo
de siempre; el arroyo Medrano que alimentaba el lago fue entubado, el torreón
colonial y el molino holandés desaparecieron y en una de las esquinas se
instaló un local de comidas rápidas. También, en 1938, se construyó una verja
que dividiría el parque y daría lugar al área del Jardín Botánico.
Cada tercer domingo del mes el Jardín Botánico se prepara
para recibir con música, talleres y charlas a quien quiera participar y
trabajar por el cuidado de nuestro planeta tierra. Esta novena edición de La
Tierra Sabe, Eco-Feria Educativa, no fue una excepción. La jornada empezó
temprano, con un cielo celeste y un calorcito que presagiaba al verano, con los
primeros puestos de productos ya ubicados en su lugar. Horas más tardes no
pararían de recibir a interesados en comprar algún producto, productos que
debían ser naturales, orgánicos o reciclados como requisito principal para que
los puesteros pudieran participar de La Tierra Sabe.
Los primeros sonidos en acompañar a la gente fueron voces, a
veces dulces, a veces fuertes, que parecían simular gritos de algún ritual de tiempos
ya pasados y el golpe de más de doce bombos legüeros que provenían de
“Legüereale, ensamble de bombos… y otras hierbas”. Este grupo está formado por
mujeres de diferentes partes del país que se dedican a mantener vivo el
folklore y otras expresiones afroamericanas en la ciudad de La Plata. Mientras
tanto grupos de jóvenes o familias de todo tipo seguían paseando por los 30
stands donde podrían encontrar una gran variedad de productos (desde verduras
orgánicas, pasando por pan integral, hasta llegar a ollas hechas de barro), o
tomándose unos mates (capaz por el calor, tereres) a la sombra de los árboles.
Uno de los puestos más llamativos era el de un
emprendimiento de venta de miel y productos derivados, atendido por un señor
con una remera verde y con un cartel a sus espaldas que decía “Apícola la
Juanita”, acompañado por una abeja estampada en cada uno de sus productos. El
stand tenía al público un poco cautivado, por la variedad de productos era la
razón más lógica de ese constante de personas paradas frente a él. Miel pura,
polen, propoleo, arándano, mermeladas y jaleas, cosméticos
(jabones, cremas, pomadas medicinales) EXPANDIR y caramelos hechos de miel
llenaban el caballete; de vez en cuando algún tarro pasaba de las manos del
vendedor a las de un comprador. Al frente de ellos otro puesto llamaba también
la atención de muchos y no por las artesanías que ofrecía, sino por su dueño,
un joven de unos 30 años, que con un charango colgado de sus hombros o una
ocarina entre sus manos tocaba
diferentes melodías para entretener a todos los que pasaban por al lado de su
puesto.
En el Jardín Botánico también hay una huerta con un cartel
en su entrada que anuncia “Huerta orgánica. Reproducción de árboles.
Compostaje. Lombricompostaje” y al lado de él, aquel domingo, había madres y padres
con sus hijos, jóvenes y también gente más anciana, todos haciendo cola para
entrar en la huerta. Rodeada por un cerco de alambre, allí dentro se pueden ver
árboles, brotes y plantas más crecidas, un gran rincón lleno de botellas de
plástico para reciclar y dos tablones con algunas personas encargadas del lugar
detrás de ellos. Se iban dando turnos para entrar, a las familias con niños les
mostraban las diferentes partes de las huertas y les contaban cómo funcionaba,
mientras otras personas que ya conocían un poco sobre aquella forma de cultivar,
entraban directamente para pedir semillas, tierra de compostaje o plantines de
regalo. Sin importar quienes salieran de la huerta, todos se iban con una
botella de plástico rellena de tierra y un plantín, aquella maseta improvisada
estaba acompañada por una etiqueta explicando los cuidados de la planta.
Cuando ya iba atardeciendo otra banda subió al pequeño escenario,
“Pato Molina”, su música de folklore fusión (flauta traversa, guitarra criolla,
bajo y teclado eléctrico y una batería eran los instrumentos de los músicos) se
entrelazaba con el ruido de la calesita y las hamacas sin aceitar. Hasta el final de la jordana, gente llegaba y
se iba de la Eco-Feria, pero todos lo hacían con bolsas con quesos, con
artesanías, con cereales y semillas o con plantas decorativas, generalmente
pegándose una vuelta también por la huerta del jardín.
La Tierra Sabe es un
evento cultural que permite convertir espacio público cotidiano como lo es el
Parque Saavedra en un espacio en donde convergen individuos, grupos e
instituciones con un mismo objetivo: el cuidado del planeta y el ambiente en el
que vivimos. A través de la ecosalud,
las huertas orgánicas, la ecología urbana, el consumo responsable, la
Permacultura y el reciclaje se pueden generar cambios en nuestra sociedad y en
esta Eco-Feria platense, todas estas prácticas tienen, aunque sea, un pequeño
lugar para florecer.
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