La
Huerta Saavedra o Espacio CUCOCO (Cultural Cooperativo Complementario) está
ubicado en Capital Federal, en Plaza Oeste 3556. Es un huerto comunitario,
orgánico y funciona como espacio educativo, de cultivo y lugar de reciclaje.
En el sitio se
dictan diversos talleres culturales libres para cualquiera que quiera asistir. Sin
embargo, un ser alto y barbudo llamado Cristóbal, me explicó que no siempre fue
así y que para llegar a estas instancias se requirió de mucho trabajo. Me encontraba
en un terreno recuperado en el año 2001, previo a ese momento, era sólo un
baldío. Entre varias personas limpiaron el lugar y construyeron una huerta con
el fin de abastecer un comedor –en ese entonces se encontraba en crisis- como
objetivo inicial. También fueron montando espacios cubiertos con chapas y barro
con la función de realizar un área educativa para los niños. El hombre me
señaló unas pinturas y con ojos entusiastas me dijo: “Se hicieron mándalas
entre otros dibujitos coloridos y los vecinos empezaron a acercarse”. Éstos lo
hacían ofreciendo diferentes conocimientos – sobre cultivo, literatura,
artesanía, carpintería, etc- dispuestos
a compartirlos de modo gratuito. A medida que pasaba el tiempo, el lugar se
hacía más pintoresco, invitando a ingresar a todo aquel que pase por La Huerta
Saavedra. Se fue completando con más actividades y proyectos hasta
transformarse en lo que es el día de hoy.
Al entrar, te
topas con unos verdes canteros llenos plantas predispuestas de manera
estratégica, con el fin de complementarse las unas con las otras. Los
nutrientes que contienen algunas de ellas, les sirven a otras dentro de su
entorno y viceversa. Lo mismo sucede con los insectos que atraen y las
funciones que éstos cumplen. “La naturaleza es sabia” me decía Cristobal y no
necesitó agregar ningún comentario más.
A un costado observé un enorme y
colorido mural que transmitía, a través de diferentes dibujos, la historia del
espacio que estaba pisando. En él, había
una fogata en representación al horno de barro que usan a falta de gas y que el
hombre interpretó como la difícil tarea de “volver a nuestras raíces en la
ciudad”; en la pared habían dibujos de hombres haciendo malabares y tocando
instrumentos. Contaban la intención del espacio donde el arte fluye de
diferentes maneras; también pintaron un hombre labrando la tierra; un mundo en
el que sobresalía un árbol rodeado por personas tomadas de las manos; una
persona leyendo un libro que reflejaba la constante educación comunitaria y –lo
que me pareció simpático- un caracol que decía “soy lento pero avanzó”. Dicho
lema daba a entender el tiempo y esfuerzo que invierten constantemente todos
los integrantes del colectivo.
La pared del mural es una de las
pocas hechas de ladrillo y cemento que conforman el sitio donde se realizan
reuniones y talleres. El resto de las mismas, se construyeron con adobe y
sistema de quincha. Adentro, es un espacio amplio que cuenta con diversas
sillas y sillones algo polvorientos y una pizarra con el cronograma de varias
actividades. Los muros están pintados y algunos contienen tapitas de colores
que juntas forman flores.
Al otro lado del espacio cubierto, hay una huerta con diversos cultivos. Se separan en canteros hechos con botellas de vidrio donde se encuentran puerro, tomates, albahaca, zapallos, lechuga, árboles y plantas medicinales, entre otras. También hay un sector dispuesto para que la gente que le interese reciclar, pueda hacerlo dejando sus eco-ladrillos y bolsas con tapitas.
El Espacio CUCOCO no se sostiene a través de dinero del Estado. Tampoco de partidos políticos, ONG o empresas. Sino por medio de festivales, ciclos de cines, talleres y charlas que son “a la gorra”. Es decir, el aporte es voluntario y no sólo se puede contribuir con plata, también son bienvenidas herramientas, artesanías, trabajo, entre otras. Esto implica que no es excluyente, ampliando la posibilidad para que todos podamos aprender desde técnicas sobre permacultura hasta telas y malabares.
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