Manuel Rossi es un joven que vino a La Plata con el motivo de emprender
un nuevo camino, y darle una mano a los que están interesados en la permacultura
y el cuidado de la naturaleza. Junto a un grupo de jóvenes que conoció en la facultad,
y sin pedir nada a cambio, se encarga de establecer huertas en las casas de
quienes tengan intensiones de obtener sus propios alimentos. Cuenta que dejó
Neuquén en búsqueda de nuevos horizontes.
El joven permacultor de 26 años,
más conocido como Manuco entró al lugar vestido de bermudas color arena y una
camisola blanca, llevaba alpargatas manchadas con barro y un morral marrón que
le colgaba de su hombro izquierdo. Es un hombre de estatura media, con pecas en su nariz y ojos achinados. Cada tanto movía la cabeza de un lado al otro
para acomodar su flequillo. Luego de hacer unos pocos pasos, apagó su celular y dijo “no quiero que nadie nos interrumpa”, nos miró y largó una carcajada amistosa. Su agradable manera de darnos la bienvenida creó en
el sitio un clima de comodidad y confianza.
Antes de introducirse en el
mundo de la permacultura, nos contó sobre su infancia y el motivo de
su traslado hacia la ciudad de las diagonales, ya que nació y vivió en Neuquén
hasta los 18 años. A medida que iba recordando su pasado, su cara expresaba lo
feliz que había sido en ese entonces, cada tanto se le escapaba una sonrisa pícara y cerraba
los ojos por unos pocos segundos. De chico pasaba gran parte del día al aire
libre, en un parque lleno de plantas que se encontraba detrás de su humilde
casa. Manuel se entretenía con cosas sencillas, como ayudar a Nora, su mamá, a
cultivar vegetales o buscar insectos en la tierra para luego mirarlos con una
lupa que le había regalado su abuelo.
También habló sobre una huerta que tiene en Neuquén, “la quiero más que
a mi vida” dijo levantando los brazos hacia arriba.
A medida que la charla iba
tomando su rumbo, sacó de su bolso un mate, un termo y pidió agua caliente,
gesto que me hizo dar cuenta que estábamos frente a un joven que no se sentía
más superior que los demás, nos trató como pares.
Vino a vivir a La Plata para
comenzar a estudiar la Licenciatura en Biología, más precisamente con
orientación en Ecología. Contó con gran liviandad que todavía no está recibido,
ya que no tiene intensiones de dedicarse de lleno en el estudio,
sino que junto a un grupo de amigos activa huertas en casas, o participa de actividades relacionadas con el contacto con la tierra. Mientras tocaba su barba y miraba un
punto fijo, dió consejos sobre el cuidado de las plantas y contó la forma
en que su vida cambió cuando comenzó no sólo a practicar la permacultura, sino
a ser vegetariano.
-Chicos, la naturaleza nos está
pidiendo ayuda a gritos. El ser humano, vos, yo, somos los culpables de las
catástrofes que están pasando en el mundo, nada más tenemos que entrar en
conciencia y tomarnos el trabajo de
reparar el daño.- Se arremangó la camisa, suspiró y siguió hablando con la voz
rasposa, que apenas se escuchaba. Un tema llevó al otro, la naturaleza, la
permacultura, su niñez y ahora qué otras cosas hace en su tiempo libre. Se
quedó pensando un largo rato y exclamó: - Me gusta mucho juntarme con mis
amigos y cocinar platos vegetarianos-. Su faceta de cocinero, sus gustos por la
lectura y sus ganas de ayudar al planeta, dejaron en claro que es un joven con
muchas ganas de vivir y de seguir aprendiendo.
La charla cerró con aplausos y
sonrisas en las caras de todos los que estaban presentes, Manuel se encargó de darnos un abrazo antes
de irse, pero cuando estaba por cruzar la puerta, volvió y dijo: - Les dejo una frase para que
reflexionen al apoyar la cabeza en la almohada “No podemos respetar a la naturaleza si no nos
podemos respetar a nosotros mismos”.
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